"No te acerques demasiado, dentro está oscuro y no se puede respirar", te dije, con una mano tapándome el pecho.
Ni caso has hecho, y has empezado a caminar a mi lado. Yo sigo sujetándome la puerta para que no te des cuenta de que dentro, efectivamente, no hay nada; solo un pedacito rojo de cristal. Es mío, soy yo, es lo único que me queda y no se lo daré a nadie.
Yo no veo el tuyo porque aún no me lo has enseñado, no sé qué tienes ahí pero no quiero que me cures, me lo arranques y te lo comas (aún recuerdo el reguero de sangre y la absurda sensación de asfixia que me provocó vivir sin corazón), probablemente escupiéndome después restos de arteria a la cara.
Y no te equivoques: nunca me verás rendirme, mas sí morir poco a poco, dejarme, abandonarme, llorar.
Seguiré siempre viva, aunque ya no lo esté por dentro.
Seguiré siendo eso, un zombie vagando, buscando corazones en vez de cerebros para rellenar mi vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario