Algunas pasaban rozándome, acariciando mi pelo, y otras
iban directas a mi pie, mis piernas, o mi torso. Me agachaba, corría saltaba...
Las esquivaba todas. Por eso quedé la última. Cualquier pelota que me tiraran fuera
del pequeño cuadrado era devuelta a los del equipo contrario. Hasta que, por medio del más útil truco sucio del
humano, me vencieron: el engaño.
Agarró la pelota una chica joven, que yo no conocía en la
pequeña lista de mis amigos, guapa, y me lanzó una pelota imaginaria que yo esquivé. Todo fue un instante: miré rápidamente, como siempre, hacia atrás, para recibir un nuevo pelotazo. Pero aquellas personas carecían de pelota
que pudiesen tirar. Miré a todos, los escudriñé con mis verdes ojos... Hasta que comprendí
y me di media vuelta. Aquella criatura, bella, pero tramposa estaba sonriéndome
con malicia, con la pelota aún en la mano, en perfecta posición de tiro.
Escrito a mediados del año 2009.