martes, 1 de diciembre de 2015

#52

Soy el soplo de aire que empuja cansadas espaldas,
aquel pensamiento fugaz que en la guerra alienta almas,
la madre que cuando lloras te abraza,
las sábanas que sujetan tus penas cada noche.

Soy la brisa de las mañanas,
la sonrisa etérea de la vida y
la musa de la misma muerte,
la llama de la verde esperanza.

También soy aquel adiós bien dicho,
la historia que se escribió con suspiros,
un par de ojos más en el nocturno camino,
la mentira más dulce.

Y me encantaría ser
todo eso y más, pero
dile, voz del viento, a la gente,
que se deje querer y ayudar.



La imagen NO es mía. La he sacado de:



domingo, 29 de noviembre de 2015

Rapidez, soledad y lentitud

Fue todo muy rápido. ¡Lo éramos tanto, en todo! Con qué facilidad me enamoré de ti, de tus brazos y tus manos, de tu desorientado corazón.
Fuiste tan rápido al recogerme del regazo de la soledad, ¡y fue tan rápida mi reacción! Apoyé mi mejilla sobre tu pecho y bebí de sus latidos. Día a día, cálidamente, tus manos recogían las mías, tus labios rodeaban mis mejillas y tus abrazos besaban mi corazón.
Con qué rapidez se aprendió la luna tu nombre, qué rápido decidimos amarnos el uno al otro ante su tímida mirada.

Fue tan increíble, que fíjate, llegué a pensar que solo tú podrías seguir enseñándome a aliviar el sufrimiento que supone vivir.

Pasó el tiempo con tal velocidad que parecía un haz de luz entrando en una habitación. ¡Fuiste tan rápido en prometerme el mundo entero!, con qué rapidez te echaba de menos... ¡Con qué rapidez venías a buscarme! Mis manos eran las más veloces en palparte en la oscuridad, soledad y frío de las sábanas.

Qué rápido me devolviste a la vida, me recordaste a qué olía el amor, ¡las mil risas que devolviste a mi rostro!

Sin embargo, qué rápido dijiste adiós aquella mañana, qué rápido se paró mi pecho. Con qué velocidad se esfumó mi recién reconstruida confianza... Como si en vez de cemento hubiese intentado pegar los ladrillos con los suspiros que dejaste pasar.
Qué rápido se derrumbó todo mi mundo, en ¿qué fueron, tres segundos?

Y qué rápido te has curado.

Con qué velocidad has encontrado otro camino, otra persona, otro corazón al que murmurar versos por la noche.

Y qué lento se ha pasado todo este tiempo sin ti, amigo mío, con qué lentitud desperté y abrí los ojos y qué rápidamente se me empañaron de lágrimas de impotencia.
¡Qué rápido entonces me di cuenta de tu gran mentira!
¡Qué lento latía mi corazón, arropado por ti!
¡Qué rápido cambiaste, y fui tan lenta que ni lo advertí!

Y con vagueza la rabia y la frustración llamaron a mi puerta. Me levanté despacio del sillón pero no abrí. Qué más daría, si se fue cubriendo de hielo tu corazón tan lentamente que no terminaba de sentir tu frío.
Culpa mía fue.
Qué despacio viaja el tiempo cuando estás rota, el caracol que nunca avanza, la esperanza de vida de un cadáver.
La lentitud de los latidos de un pecho roto en pedazos tantas veces que ni se podrían contar.
¡Y fue mía la culpa, solo mía! ¡Lo sé!

Y ahora saco el cascarón que cubría mi corazón, lo guardo en una caja y vuelvo lentamente a mi pequeño mundo interior.
Y ahora, bajo las sosegadas miradas de los necios, me pregunto:

"Se rompen tan fácilmente... ¿Qué hay que hacer para arreglarlos?"