viernes, 18 de septiembre de 2015

Corazón agrietado, sonrisa vacía


Cuando tienes el corazón agrietado
no confías en nadie.
Ya no buscas cumplidos
ni miradas por la calle.
No piensas en los mimos sin dar,
o las caricias que faltaron,
los besos que recorrieron su cuerpo
como las ruedas el asfalto.

Te sobran pensamientos
que desearías tener olvidados.
Las voces que escuchas no tienen timbre,
tampoco los hilos rojos que las unen.

Tus manos siempre están frías
pero tu boca aún suspira,
intentando devolver vida
a una sonrisa ya vacía.

Corazón, escúchate latir

Todo parecía correcto. Una mano, fría, en el bolsillo; la otra, templada, notaba el tacto de una fuente de calor externa que suave y delicada servía de estímulo a los ojos. Parecían contentos de lo que veían, y se lo contaron al corazón. Éste, ciego, se creía absolutamente cada detalle que además era corroborado por los oídos, quienes afirmaron no haber escuchado nada igual desde aquel Debussy.

Pasó el tiempo y el corazón fue creciendo. Conoció un par de ojos nuevos que le enseñaron parajes y lugares con los que jamás habría soñado. Comenzó a sentir en su propio tejido las caricias que recibía la piel. Increíblemente contento, pedía más y más hasta que entró en un estado de plenitud y calma burbujeantes.

Sin embargo, un día, algo perturbó su trance: comenzó a sentir unas voces provenientes de algún rincón del ventrículo izquierdo: era el cerebro intentando alertar de un posible fallo en el sistema. Decidió ignorarlo, aquel órgano era demasiado pesado con todas esas variables, estudios y cálculos que no le habían servido nunca de nada. Él lo sentía todo, ¿por qué iba a romperse algo si él estaba en paz, tranquilo y feliz?

Había vivido tanto,
y aún quedaba tanto por descubrir...

Y entonces, tan repentino como un relámpago, notó cómo perdía la conexión con las manos y las mejillas, que se volvieron frías por el clima exterior, y toda la piel sufrió un escalofrío. En los ojos hubo un cortocircuito por inundación. Lo debieron haber causado los oídos, que no respondían. Confuso, no veía u oía nada...

... Y se asustó.

Porque, por primera vez en mucho tiempo, los ojos que le habían enseñado tanto desaparecieron sin dejar rastro. ¿Dónde se habrían metido? 
El corazón los llamó.
Fuerte.
Suplicó.
Lloró.
Y del esfuerzo, se cayó y se rompió, pero eso no lo detuvo.
Siguió gritando.
Estaba todo tan oscuro... ¿Habría alguien ahí?
Se sentía tan solo.
¿Ojos? ¿oídos? ¿hola? Nadie lo veía, nadie lo escuchaba, nadie lo recogía.

Estuvo pidiendo ayuda durante mucho tiempo, hasta que cogió aire por última vez, exhausto.
Y dejó de latir.
Y se dejó morir.