miércoles, 5 de febrero de 2014

Orianna II

Estaba acostumbrada a que la ignorasen. Pero completamente acostumbrada, tanto, que lo veía como algo normal. Si preguntaba o proponía algo, no esperaba respuesta, es más, se llevaba una gran sorpresa si la obtenía. Por todo eso y más, a Lane le encantaba la compañía de Orianna.
- Oye, ¿cuál crees que debería tirar ya, el rojo o el azul? -le preguntó un día mientras revolvía en su mochila y sacaba unos estuches de lápices, viejos y raídos. Se disponía a vaciar el azul.
- El rojo.
Lane se sobresaltó y miró a Orianna, que seguía sentada en el suelo, en su rincón, donde la dejaba todos los días antes de marcharse al instituto. Los ojos azules de su robot brillaban con intensidad. En ese momento, Lane pensó cómo un robot podría tomar una decisión como esa. ¿En qué se habría fijado? Quizás en la cantidad de fibras rotas que se veían a primera vista. O quizás había elegido el rojo porque estaba más sucio. O simplemente había sido cuestión del azar. Decidió probarla.
- ¿Por qué el rojo? ¿No te gusta el color rojo?
Orianna se quedó pensando un momento. Tic-tac. Tic-tac.
- El azul lo usas muchas veces más que el rojo. De hecho, si tuviera que regalarte algo, sería azul. El cielo sin nubes. ¿De quién es el cielo, Lane?
La chica se sorprendió aún más y sonrió.
- El cielo no es de nadie -respondió, vaciando el rojo-. El cielo es una de las únicas cosas que compartimos absolutamente todos los seres humanos. El cielo está ahí, nadie nunca lo ha tocado, sentido u olido. Alguien dijo alguna vez "Sky is the limit", Orianna. No hay nada detrás de él, solo hay nada.
La robot intentaba procesar todos esos datos confusos, en vano.
- No puede ser que no haya nada y que haya nada a la vez, Lane. No puedo comprender eso. -decía, cada vez que no entendía algo o que resultaba imposible de interpretar por sus circuitos.
- Bueno, ¡es que son "nadas" distintas! Cuando decimos que no hay nada, es porque no hay nada. Y cuando nos referimos a "la nada", es exactamente igual. La nada es la ausencia de todo, y eso es nada. ¡Estoy diciendo lo mismo! Solo que a mí me gusta ponerle nombre a esa ausencia de cosas y en vez de decir "no hay nada" digo que "existe la nada". Así, podríamos definir el sustantivo nada como "ausencia de todo".
- Entonces... ¿Qué hay detrás del cielo?

Ignis Divine

Esperaba su sentencia de rodillas en la alfombra. Siempre se había preguntado qué era el purgatorio y ahora por fin podía ponerle imagen. Se trataba de una sala rectangular muy, muy grande. En el centro había una alfombra rojo bermellón ribeteada con encajes de oro de las formas más bellas que uno nunca podría imaginar. No había pilares puesto que no había techo: cuando mirabas arriba todo era negro. No había ventanas, se preguntó entonces qué habría tras las paredes, delicadamente ornamentadas con florituras y adornos imposibles, finos, dignos del palacio del más rico de los reyes. A ambos lados de la alfombra había bancos de madera orientados hacia el fondo de la sala, como en una iglesia.

Y ahí, tras la infinita hilera de bancos (la cual estaba vacía, al menos en esa ocasión), se hallaba el gran trono. Era un sillón colosal, revestido de terciopelo del mismo color que la alfombra. Los reposabrazos y el diseño de la espalda eran de oro puro y brillante que hacía daño al mirarlo. Detrás del trono crepitaba un fuego rojo, infinito: el fuego divino. Y en la parte derecha, entre el sillón y las llamas, había una puerta. Una puerta de plata que resaltaba enormemente en la lúgubre pared.

Comenzó a imaginarse su final y suspiró. Tantos juicios habidos y por haber en aquello que llamaban Tierra, en el mundo finito, que no tuvieron trascendencia alguna... Al final, solamente este valía. El último. El que iba a decidir su eternidad. Pensó que era muy triste que alguien tuviera que decidir eso en vez de su conciencia, y entonces ocurrió.

Apareció. Así, de repente.

No era un señor con barba blanca como se imaginaba la gente. En realidad... No era nada. Estaba ahí, pero no estaba. Sintió que lo respiraba y que llenaba con él todo su ser, sintió que lo acariciaba con cada cabello y cada milímetro de su piel... Y se estremeció violentamente. Nadie hablaba y sin embargo lo comprendía todo. Sentía cómo caía un peso tras otro en su alma a cada pecado cristiano que el Señor iba anunciando. Iba pesando cada vez más, y más, hasta que se desplomó sobre la alfombra. Cuando Dios vio esto, se sonrió y siguió. Y cuando hubo terminado, recogió un despojo de alma marchita del suelo de su purgatorio y lo arrojó al fuego divino.

"Kyrie ignis divine eleison."

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Dedicado a Miguel, por hacerme creer en aquel Fuego Divino, ya extinguido, pero que espero realmente se vuelva a encender algún día.