sábado, 27 de diciembre de 2014

El Libro de las Magias: Historia III

Antes de la fundación de la Ley entre Magos y Humanos, era tremendamente difícil viajar en un tren con un etéreo.
Como todo el mundo sabe, tienen el poder de perturbar la mente de cualquier Mago concentrando sus poderes (debido a que es privilegiada en el sentido de Mutada, que acepta la Magia, que la crea y puede destruirla). Pues si aun así pueden superar esas barreras, imaginaos la facilidad que tenían para jugar con las mentes humanas.

Generalmente, viajar en el mismo tren que un etéreo significaba dos cosas: euforia y felicidad o tristeza y depresión. Esto, por supuesto, dependía del estado anímico del Mago en cuestión.

Por aquel entonces, la Ley estaba en sus comienzos, apenas existía. La única pega que ponía a un etéreo a la hora de viajar en tren era no juntarse con un Hermano suyo, porque si un etéreo prácticamente impedía la tranquilidad en el viaje, dos podrían incluso volver locas a las mentes más débiles.

Recuerdo perfectamente la noche del veintitrés. Yo viajaba hacia París desde Orléans en un tren rápido, cuando en la segunda parada entró uno de ellos. En cuanto pisó el tren, el ambiente bufaba tanto inquietud, pues se podían ver a los niños mirando a sus madres con desesperación, como hostilidad viva en los ojos de las mismas hacia aquellos que osaban molestar a sus hijos. Miradas de socorro y desprecio de los jóvenes se levantaban y caían olvidadas en los asientos, mientras los ancianos preferían rezar para que el Mago estuviera teniendo un buen día. Este miró vagamente a la gente del vagón y se sentó a mi lado.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes -le contesté, intentando esconder mi inquietud-, ¿a París?
- Así es -me sonrió-. Normalmente viajo en particular, pero mi compañero me ha fallado en el último momento y he tenido que coger el tren.
Levantó sutilmente la cabeza para observar de nuevo el vagón mientras comenzaba a moverse, acentuándose así aún más la longitud de su cuello. Se incorporó de nuevo a tiempo para no ver a una madre regañando a su hijo por mirar hacia él, aunque creo que lo sabía. Lo saben todo.
- ¿Negocios, familia, ocio?
- Familia. 
- Es una suerte que usted aún tenga -dijo secamente, y me apresuré a cambiar de tema para no dejar que recordara nada que pudiera entristecerlo.
- Antes de venir, en el telediario... -noté una presión extraña en la garganta, su presencia comenzaba a hacer efecto. Tosí- ... Decían que Alemania se ha retirado de las fronteras.
- Eso dicen. Dicen tantas cosas... -me miró preocupado- ¿Está usted bien? Lo siento mucho...
- No se preocupe, es algo que no puede controlar ¿verdad? -intenté sonreír cálidamente- Son nuestras emociones y nuestro estado de ánimo, es algo que casi comparten con nosotros, los aún humanos.
- Cierto es, pero usted no tiene culpa de que yo esté turbado por ciertos temas personales.
Tragué saliva, me estaba agobiando bastante. Tenía razón, pero nadie podía hacer nada por nadie. Había simplemente que esperar y aguantar. Me colocó una mano en el hombro.
- No importa, de verdad. No se sienta mal por ello, por favor.
En ese momento apareció una maga vegetal caminando entre los asientos, apoyándose en los respaldos con torpeza. Al verla comencé a sentir náuseas y aparté la vista. Lo que faltaba. A pesar de que la muchacha no era especialmente desagradable, era lo que, por la naturaleza de la magia, pensaba y sentía mi compañero hacia ella. Apoyé la cabeza en la ventana y cerré los ojos, deseando que pasara lo antes posible. Sin embargo la joven pareció querer quedarse, aun sabiendo que no era bienvenida.
- Buenas tardes, ¿a dónde van?
Abrí los ojos un momento para comprobar que, efectivamente, nos hablaba a nosotros. Para mi sorpresa, respondió el mago.
- A París.
Debió apartar la mirada porque me encontré mejor, me incorporé y volví a mirarla. Era una chica bastante joven, sus facciones, grotescas debido a su Mutación, no eran del todo desagradables y desprendía un extraño halo de confianza.
- Vaya, yo también -se sentó delante de nosotros, y empezó a hacerle carantoñas a un bebé que la miraba fascinado más adelante, comenzándose así a reír. La madre, más tranquila, sonreía.
- ¿Tiene asiento, señorita?
- Sí, es el 4C, creo que es justo este. ¿Me he equivocado? Como usted bien sabe, no poseo el sentido de la vista humano, no puedo ver números. He ido contando asientos.
El mago etéreo suspiró:
- Está sentada correctamente.
- Siento mucho las molestias que puedo estar causándole, y en consecuencia, a la gente del vagón.
- No se preocupe, soy bastante más tolerante que mis hermanos.
Yo no sabía qué hacía en medio de la conversación, así que opté por volver a cerrar los ojos y escuchar a oscuras.
- Vaya, eso es un alivio, y un alivio muy raro, por cierto. No me he presentado, mi nombre es Danta.
- Un placer conocerla, Danta, mi nombre es Nethan. Siento yo sentir aversión natural hacia usted aun sin conocerla.
- Tranquilo, está bien -sonrió la chica vegetal-. Una ya se acostumbra a estas situaciones. Si no es mucha intromisión preguntar, ¿qué especialidad tiene usted?
- Dominio astral, hago portales.
- ¡Vaya! Es usted el primer portaloide que conozco. Normalmente todos quieren controlar mentes.
- Es cierto, pero no es mi caso. ¿Y usted, cuál es su especialización?
- Dominio de las plantas.
- Tiene que ser entonces bastante complicado viajar cuando no puede sentir absolutamente a nadie o nada.
- No tiene por qué -sonrió pícara la chica, y escuché entonces cómo abría una cremallera, tendiéndole algo a Nethan. Él no se movió, así que no estoy segura de si lo llegó a coger o no, pero asintió, al parecer algo sorprendido.
- Claro. Es muy cómodo.
- Lo es, y muy fácil de transportar.
- Tenga cuidado, sabe usted bien que no podemos utilizar la Magia fuera de los campos permitidos.
- Lo entiendo... -musitó, algo triste.
La conversación continuó sin muchas más interrupciones, durante la cual me enteré de que ambos iban exactamente al mismo lugar, pues habían sido citados allí por cierta maga importante, las razones que cada uno dio al elegir la rama mágica que eligieron y las opiniones que tenían sobre los magos animales, entre muchas otras cosas. Cuando llegó nuestra parada, Danta le dio a la madre del bebé unas semillas blancas y pequeñas como un garbanzo, llamadas Lylio. Según le explicó, de ellas brotarían unas plantas de hojas diminutas, las cuales debería moler y añadir a la comida del niño para evitar que tuviera pesadillas por las noches. Añadió que en realidad esa hierba se fumaba por ciertas personas enfermas para no soñar nada y descansar mejor por la noche, y que si necesitaba más encontraría en cualquier herbolario. La madre le dio varias veces las gracias mientras bajábamos del tren. Comenzó entonces nuestra despedida.
- Un placer haberla conocido, señora. Sentimos haberla molestado.
- No se preocupe, señor Nethan. Ha sido un viaje bastante acogedor, ustedes dos se llevan bastante bien.
- Bueno, eso parece -sonrió la muchacha-, pase un buen día.
- Igualmente, muchachos. Que tengáis suerte en vuestra reunión.
Se despidieron de mí con una sonrisa y un leve movimiento de mano y se acercaron a uno de los taxis que esperaban clientes en la puerta de la estación, y yo marché por el otro lado, con una extraña sensación en el pecho, como de saber que no sería la última vez que los iba a ver, juntos además.