Lumia tenía un don especial para los niños pequeños. Le
parecían tiernos y frágiles y los trataba como vasos de cristal de bohemia,
delicadamente y con mucho cariño.
Por eso, solía ir al orfanato de la ciudad una vez a la
semana a visitar a los que vivían allí. Jugaba con ellos, les contaba historias
y, dependiendo de la cuidadora que estuviera ese día, los sacaba a dar una
vuelta por las calles más próximas. Cuando los demás le preguntaban por qué no
tenía ella un bebé, ya que tanto le gustaban los niños, miraba al cielo triste
y murmuraba:
- Porque yo no poseo el don de engendrar vida.
Y no podía adoptar un niño del orfanato, pues se le crearía
un vacío en el corazón al rechazar a todos los demás, que tanto la querían.
Una tarde, cuando llegó, entre tantos pisotones y manitas
intentando abrazarla, vio a un niño de unos diez años que no había visto nunca,
y extendió los brazos sonriendo:
- ¿Tú no me das un abrazo? ¡A ti no te conozco! ¿Cómo te
llamas?
El muchachillo caminó hacia ella con desconfianza y la abrazó,
uniéndose al resto de sus amigos.
- Ryno.
- Un placer conocerte, yo soy Lumia –sonrió, acariciándole
el pelo.
Como todos los días que iba allí, Lumia durmió en el
orfanato. Fue de habitación en habitación susurrando “buenas noches”, arropando
y cerrando las puertas. Cuando llegó a la habitación del niño nuevo, se sentó
en su cama. Él giró la cara hacia ella y murmuró:
- ¿Por qué estás aquí?
La joven Maga sonrió ampliamente.
- ¿Por qué estás tú aquí?
- Mis padres murieron en el incendio que hubo anteayer.
- Vaya, lo siento mucho –comenzó a acariciarle el pecho-. Yo
vengo aquí de vez en cuando a veros a todos y a pasar una tarde con vosotros.
- Es extraño.
- ¿Y qué no es extraño estos días?
- Sabes hacer magia, ¿verdad? –cambió Ryno repentinamente de
tema, y comenzó a mirarla con curiosidad. Ella reflexionó unos instantes antes
de contestar.
- Sí, ¿cómo lo has sabido?
- He oído hablar de ti a los niños de aquí.
- Ah, claro. Bueno, sí, algo sé. ¿Quieres verlo?
- ¡Vale!
- ¡Vale!
- Apaga la luz entonces.
Cuando el niño obedeció, Lumia conjuró una bola de luz en su
mano y dejó que flotara en la habitación.
- La verdad es que la Magia es lo mejor que me ha pasado
nunca. Sabes, así siempre podré ver, habrá luz esté donde esté.
- Vaya... ¿Puedo tocarla?
- ¡No, no! Te quemarías. Donde hay luz, hay calor.
- Entonces, ¿dónde hay oscuridad hace frío?
- No, una cosa no lleva a la otra.
- Vaya... ¿Puedo tocarla?
- ¡No, no! Te quemarías. Donde hay luz, hay calor.
- Entonces, ¿dónde hay oscuridad hace frío?
- No, una cosa no lleva a la otra.
Destruyó la luz y se volvieron a quedar a oscuras.
- ¿Ves? No hace frío.
- Vaya… ¿Los Magos Blancos no sabéis conjurar oscuridad
también?
- Sí, pero eso es otra rama distinta. Un Mago Blanco puede
ser Luz u Oscuridad, y yo elegí Luz. Para mí es mucho más reconfortante,
además, de pequeña temía a la oscuridad, y ahora eso no pasará nunca más.
- Si yo fuera un Mago Blanco, elegiría Oscuridad y sería tu
compañero de aventuras.
- Vaya… Gracias, Ryno. Deberías dormir, la señora de la casa
me va a echar la bronca por mantenerte despierto –le dio un beso en la frente y
se levantó de la cama-. Que descanses.
- Gracias, Lumia, espero verte pronto.
- ¡Muy pronto! –sonrió, y después de atravesar la puerta,
cerró tras de sí.