Enterrada en el abismo del olvido yo me encontraba,
hasta que alguien saltó y excavó para tenderme una mirada de la que nacerían, por entonces, mis alas.
Me enseñaste a crecer, caminar recta y no mirar nunca atrás;
pero tan grande fui,
tan confiada
y orgullosa
que ni me di cuenta de que poco a poco me robabas plumas para tu propia espalda.
No, tú nunca volaste ¿verdad? Incluso cuando me quedé desnuda no sentía frío, no sentía dolor, pues tus suaves labios me hacían vivir en la más cálida de las cárceles.
Gracias a mis plumas construiste unas bellas alas color plata y saliste a volar hacia las estrellas.
En ese momento no estuve segura de dónde me quedé, pues miré a mi alrededor varias veces y allí no había nadie.
¿Te perdiste? Salté al vacío abriendo mis majestuosas alas, pero... Al ser carne viva, un apéndice completamente inútil, me volví a precipitar en picado, allá donde termina esta historia, como empiezan tantas otras.
Cuando encuentres un hogar y no te haga falta el pesado aparato que has decidido ponerte a la espalda, ahora que has tirado todas y cada una de las plumas que me arrancaste al vacío con la esperanza de que quizá de ellas naciera un nuevo ser divino, si alguien las ve y se acerca a preguntarte "¿de qué son todas esas plumas?" tú simplemente dirás "de un ángel al que no supe amar y abandoné".
Las plumas caían gráciles sobre mi tumba.
Ya casi no podía respirar, me escocían las alas y el polvo me desgarraba los pulmones.
"Espera, espera, ¿qué es eso? Ese sonido, algo familiar..."
Una rendija de luz se coló por los montones de tierra podrida, y unos ojos avellana emergieron del caliente foco.
"Ven", me dijo, tendiendo una mano hacia mi cuerpo descompuesto.
"Déjame", murmuré. "Me duele todo el cuerpo y no me puedo mover."
Me curó a canciones. Perfectas melodías hacía resonar con sus cuerdas vocales, encerradas en películas, cubos y música.
"Ven", volvió a rogarme.
Lo miré de arriba a abajo, acepté su mano y me puse en pie.
Desenterrada ya, pude verlo entero por fin.
Era otro ángel sin plumas.
Recogí una del suelo y se la tendí. Él negó con la cabeza, me dio la mano y mirándome a los ojos me dijo: "hagamos de este abismo nuestro hogar y volemos juntos hacia otros lugares cuando estemos preparados. Tan solo sonríeme."